Según las narraciones, el nombre Samba do Trabalhador obedece a que, el lunes por la tarde, muchos de los trabajadores cariocas que viven del turismo comienzan sus horas de folga, que continúa el martes con su día libre para el descanso
Fotos de: Mario Daniel Villagra
Luego de la experiencia bizarra entrando a Brasil, Rio de Janeiro era mi próximo y único destino. Allí pasé seis meses entre paseos por las playas, blocos en las calles, nuevas amistades, trabajos nuevos, entrevistas y corresponsalías en torno a un país convulsionado políticamente; habitando un bello lenguaje por conocer: el portugués, con el gran objetivo de cantar los clásicos del samba carioca y leer su poesía.
A decir verdad, la poesía y el samba están estrechamente ligados, y así lo refleja un clásico tema llamado Poder da Criação, cuando dice:
“E o poeta se deixa levar por essa magia
E um verso vem vindo e vem vindo uma melodia
E o povo começa a cantar”;
y cuando el pueblo canta, renace.
El samba en Renascença
Precisamente, existe un lugar llamado Renascença Clube, donde se realiza una histórica roda de samba. Y el tema que anteriormente nombré es el último que se toca para cerrar la velada llamada Samba do Trabalhador. “Un lugar que no puedes dejar de visitar”, me dijo un lugareño, y eso hice varias veces. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que ese lugar es un clásico carioca, y no hablo del fútbol de los domingos, sino de los lunes. Allí, la vuelta la invita la música en vivo.
Según las narraciones, el nombre Samba do Trabalhador obedece a que, el lunes por la tarde, muchos de los trabajadores cariocas que viven de las actividades relacionadas al turismo comienzan sus horas de folga, que continúa el martes con su día libre para el descanso.
Ubicado en la calle Barão de São Francisco 54, en el barrio Vila Isabel, el Renascença Clube es fundado a principios de 1950 como un lugar para la diversión y reafirmación negra. Actualmente, con el Samba do Trabalhador, un espectáculo para toda la familia, las puertas se abren a las dieciséis horas y se cierran cuando ya no queda nadie, pasadas las veintidós. En el trascurso, la música comienza a las cinco de la tarde, con algunos cortes para que los músicos se refresquen. En esas tandas, hay sorteos para quienes pagaron las mesas con sillas, pero no para estar sentados, pues todos danzan y cantan hasta que llega la noticia de que el samba terminó, en apariencia.
Un integrante de esa roda es Moacyr Luz, músico y letrista, reconocido como uno de los más apasionados amantes de la cultura carioca y según sambacarioca.com.br, uno de los sitios especializados en esa parte de la cultura. Sus canciones han sido grabadas por otros reconocidos artistas, tales como Maria Bethânia y Gilberto Gil.
Un río de samba
Y cuando digo “esa roda” y “en apariencia” es porque no es la única, y más reconocida de Rio de Janeiro, y porque el samba no tiene fin. También existe Pedra do Sal, tal legendaria como aquella, ubicada en la zona portuaria, bautizada Pequenha África por el artista Heitor dos Prazeres (1898-1966). Como así también la del Botequim Vaca Atolada, en el reconocido barrio de Lapa, en el centro carioca, por nombrar algunas de las legendarias y de las que puden visitar. Pues, si se trata de nombrar las rodas que encontré en el andar, tengo que mencionar las de Flamengo o Santa Teresa, dado que el Samba, en esa ciudad, tiene la misma omnipresencia que el mar que baña sus reconocidas playas. Lo magnífico del Samba, y quizás también lo trágico, es eso que apuntó Albert Camus en su Diario de Viaje, un diecinueve de julio de 1949: “Poco a poco, todos cantan, y vemos un negro, un diputado, un profesor de la facultad y un notario cantado a coro esas sambas con una gracia tan natural”, diluyendo las diferencias, que no son solamente naturales, también son sociales, y que son igualmente notorias. Sin embargo, ese asunto merece una próxima entrega.