Flujos migratorios y movimientos sociales: una visión iberoamericana contemporánea
María Eugenia Brizuela
Por María Eugenia Brizuela, excanciller de El Salvador
Hace veinticinco años aún resonaba en el ambiente el eco del estrépito de los bloques de concreto del Muro de Berlín destrozándose en las calles circundantes a la Puerta de Brandemburgo. Las imágenes de jóvenes alemanes de ambos lados del muro embriagados por la libertad, enlazados en un abrazo eterno pospuesto por los dogmas ideológicos, daban la vuelta al mundo y calaban hondo en la conciencia de los pueblos. Se resquebrajaba a velocidad acelerada una ideología que durante más de setenta años había hecho frente a la libertad del individuo y a las fuerzas del mercado, mientras propugnaba por la quimera de un mundo mejor, de un mundo feliz, bajo la premisa de la esclavitud velada del ser humano. Y mientras ocurría aquella fiesta popular en el corazón de Europa (y el resto de regiones también recibían su invitación al evento), el mundo iniciaba su tránsito de un sistema bipolar a uno nuevo, nebuloso, desconocido, tal como había ocurrido en diversas ocasiones en la historia, con la novedad que, en esta ocasión, el hecho se difundía amplia y velozmente, por el avance tecnológico, principalmente, de los medios de comunicación. Y América Latina lo presenció atenta, en primera fila, con los ojos expresivos de quien quiere asimilar cada instante, sin perderse ni un detalle para aprender, para imitar, para copiar y luego innovar. En mi país, El Salvador, amanecía una nueva luz y empezábamos también a transitar de la locura a la esperanza con la firma de los Acuerdos de Paz que ponían fin a doce años de guerra civil. Esos vientos de libertad, esos aires nuevos, también llegaban a Latinoamérica básicamente en el formato de una ola democratizadora en la región y mediante la consolidación de una economía de libre mercado en el continente, con todas las ventajas y desventajas que ello podría conllevar. De ese tiempo a la fecha, ha corrido bastante agua bajo nuestros puentes y las fuerzas formadoras de la identidad iberoamericana continuaron experimentando diferentes etapas y procesos, en lo político, en lo económico, en lo social, en lo cultural. En todos los frentes imaginables de la dimensión humana. Desde esa perspectiva, me siento profundamente honrada de compartir estas líneas en el vigésimo quinto aniversario de la fundación de Casa de América, la cual en varias ocasiones tuve la oportunidad de visitar durante mi gestión como Canciller de la República de El Salvador en momentos claves de nuestra vida institucional, como fue en la conmemoración del décimo aniversario de los Acuerdos de Chapultepec, que pusieron fin a la guerra civil en el país, o de igual manera cuando en nombre del pueblo y Gobierno de El Salvador agradecíamos al pueblo y Gobierno de España por su invaluable apoyo tras los devastadores terremotos sufridos en suelo cuscatleco en 2001. Siempre hallé, hallamos y continuamos hallando los latinoamericanos en esta Casa, el espacio idóneo para presentar y debatir nuestras ideas. Para hacer un alto y darle paso a la deliberación; para ver con nuevos ojos los problemas de siempre y encontrar, quizá no la solución inmediata, pero al menos vislumbrar la salida eventual por medio de la reflexión. Soy de las que piensa que el quinto centenario del encuentro de dos mundos, hace veinticinco años, y la fundación de la Casa de América, hace igual cuarto de siglo, se enmarcan en la concepción de una nueva manera de entender la relación entre España y América Latina, de generar espacios para la consideración profunda de nuestros temas comunes y no comunes, de empoderar al individuo iberoamericano en esta nueva realidad globalizadora que le ha correspondido vivir. Desde allí, es decir desde la globalización como nuevo sistema internacional, y desde el impacto que ese sistema tiene en nuestra Iberoamérica es que me propongo reflexionar con ustedes sobre los flujos migratorios y los movimientos sociales que hemos presenciado en nuestra región en los últimos veinticinco años. Pero antes, a grandes trazos, permítanme contextualizar en donde se encontraba Iberoamérica hace un cuarto de siglo y cómo ese marco histórico ha ido amalgamando y reinfluenciando los flujos migratorios y el impacto de los movimientos sociales en la región. En la década de los noventa, la ola democratizadora golpeaba fuertemente las costas latinoamericanas. El final de las guerras civiles en los países centroamericanos, principalmente El Salvador, Nicaragua y Guatemala, así como los procesos de transición de regímenes autoritarios dictatoriales de corte militar a regímenes democráticos en Suramérica, atisbaban un nuevo empuje en la región. Mientras, en las democracias tradicionales en la región, que afortunadamente no experimentaron mayores conflictos internos, empezaba a avizorarse una mayor consolidación mediante la participación de nuevos actores políticos y la expansión del espectro político, representada en una partidocracia consumada y en el diálogo parlamentario como herramienta para la superación de las diferencias. Digamos que fue la época del gran optimismo latinoamericano, en la cual el futuro sonreía refulgente a las nuevas generaciones. Pero al mismo tiempo, era una época de incertidumbres. ¿Triunfarían las normas de conducta democrática en culturas con casi un siglo o al menos varias décadas de comportamientos autoritarios?, ¿crecerían los movimientos sociales en la región?, ¿renovarían su discurso y encontrarían una voz propia ante el nuevo escenario que se presentaba en los momentos vitales de la historia?, ¿avanzarían estos procesos o se estancarían para luego retroceder y volver a los sistemas de los cuales se escapaba? Y la nueva clase media latinoamericana, ¿tomaría conciencia de su nueva realidad, de su nuevo poder social, de su capacidad de innovación frente a los nuevos desafíos de la democracia, de su rol transformador como nueva mayoría o seguiría siendo el “mercado a conquistar” por la clase política que cada vez entona mejor los cantos de sirena? Permítaseme ahondar un poco más al respecto. Siendo la democracia algo novedoso en la región, los latinoamericanos acudíamos a ella con altas expectativas, con grandes demandas pendientes de solución por muchos años.exposiciones
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