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21 de febrero

Altiplano: lo que hay entre los cerros y el viento

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La temática de Luis Solorio son los campesinos. Es un tema muy frecuentado por artistas plásticos andinos de la primera mitad del siglo XX. Pero la visión de este artista plástico peruano  es singular en primer lugar porque no hay ese viejo romanticismo ni alguna manida ideología en su mirada. En segundo lugar porque los campesinos que le interesan no son los de valles regados por ríos cristalinos, sino aquellos que viven en  rocosas alturas, donde es escaso el oxígeno y lo elemental está extrañamente activo.

Su obra parece suspendida en un tiempo mítico. Esta actitud introspectiva ha tensado su trabajo formal desde un evidente figurativo hacia el horizonte de lo abstracto. En la obra de Solorio hay un afán de síntesis, de búsqueda de esa precisa combinación de líneas o de las formas que lo originan todo. El discurso de Solorio no es triste, ni siquiera melancólico. Parece impresionado por el espacio que hay entre la cima y la sima. Lo inmenso se percibe al colocar en escala lo minúsculo, la figura humana.

Sus años de estudio en Europa y en Japón han sido sin duda decisivos en la composición de sus obras. Solorio asegura que su convencimiento de que la concepción del arte japonés es muy diferente a la del arte tradicional europeo fue absolutamente revelador en su etapa formativa. Liberado de las convenciones de la belleza tradicional, Solorio empezó a realizar su trabajo sobre un entramado compositivo de líneas rectas donde las eventuales curvas solo sirven como vectores secundarios, elementos para ilustrar el movimiento interior en un universo cuya majestad está en su infinita persistencia. Esta gravitante inmensidad, esta abrumadora quietud detrás de todo movimiento, se traduce en Solorio en una obra marcada por la serenidad y la melancolía.

La gama de colores algo taciturnos nos remite quizás a la experiencia en las alturas andinas y la presencia de formas masivas que representan montañas o accidentes de la naturaleza donde habitan pequeñas figuras humanas sin rostro, confiere a su obra un misterio que a veces se codea con la aprensión, con esa reverente actitud hacia los Apus, los dioses de los antiguos peruanos.

¿Con Solorio se puede empezar a hablar de un nuevo indigenismo libre ya de los compromisos ideológicos y de las concesiones anecdóticas que lo desgastaron? Solorio asegura que prefiere no enrolarse en ese tipo de clasificaciones. Su mirada del universo indígena no tiene la calidad de lo inmediato sino que abarca el vasto territorio de pampas y montañas y allí, como un elemento intrínseco, está el ser humano, con su poncho, con sus ojotas. Tocando el tambor de las fiestas rituales.

-Oswaldo Chanove-

 

Fecha: del 21 de marzo al 27 de marzo de 2019.
Hora: de lunes a viernes de 11.00 a 19.30. Sábados de 11.00 a 15.00.
Domingos y festivos cerrado. 
Lugar: galería Guayasamín.
Entrada libre hasta completar aforo.

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